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martes, enero 14, 2020

Imaginar lo que no existe para que exista



Obra de Peter Demezt
El ser humano es un ser antropológicamente utópico. La palabra utopía está formada en su etimología por la negación u y por el sustantivo topos, lugar. Utopía significa por tanto el no lugar, el lugar que no existe. El término lo acuñó Tomás Moro para titular su celebérrima obra y a partir de su notable repercusión se convirtió en un género literario con sus diferentes variantes: utopías, distopías, retropías. Con el transcurso de los siglos su semántica se ha subvertido y se ha transfigurado en un adjetivo descalificativo. Es tal su resignificación contemporánea que señalar a alguien como utópico guarda una connotación peyorativa. A mí me llama la atención la paradoja en la que viven los negacionistas utópicos. Me sorprende este anestesiamiento imaginativo, porque las ficciones éticas, la imaginería política, la duda filosófica, la innovación técnica, la creatividad artística, la investigación académica, el progreso científico, se encaminan permanentemente hacia el no lugar. Todo creador, todo investigador, es utópico. Su inventiva intenta rebasar a cada instante las fronteras de lo existente porque considera que lo existente no es necesariamente lo posible.

La existencia de la utopía como experimentación de posibilidad nos declara seres creativos, fabuladores, anticipatorios, valorativos, transformativos, ficcionales.  Hace poco le leí a Martin Seligman un texto en el que aducía que «lo que nos distingue del resto de animales es nuestra capacidad de imaginar el futuro». Añado que no solo podemos soñar el futuro, también podemos diseñarlo, inventarlo, crearlo. José Luis Aranguren en Utopía y libertad postula que «el ser humano, en su núcleo esencial, es su proyecto ideal y personal de vida. Y en tanto que pro-yecto, es proyección hacia adelante, hacia lo que todavía no es, hacia lo utópico». El ser humano es un ser intrépido en demandar irrealidad para incorporarla a la realidad con el fin de formartearla y ampliarla. En el ensayo de Yuval Noah Harari Sapiens, De animales a dioses, uno de los momentos más excitantes de su lectura está en las páginas en las que se relata la prodigiosa capacidad de los seres humanos por crear ficciones que generan domesticación en la conducta. En Biografía de la humanidad, J. A. Marina y Javier Rambaud también insisten en esta idea cuando nos hablan del cambio que produjo la era axial, la organización política y la invención del dinero. «Las tres creaciones ayudan a hacer más complejo, expansivo y eficiente el mundo irreal, las ficciones culturales con las que los sapiens van a prolongar la realidad y a manejarla». La agencia humana es un dinamismo impetuoso por hacer existir lo que todavía no existe. Está imantada hacia el no-lugar, hacía lo que todavía no es.

El ser humano tiene la posibilidad poética y creativa de inventarse a cada instante, ir hacia el lugar que todavía no existe para hacerlo existir y para hacerse existir a sí mismo. Con su praxis intenta hacer de él lo que todavía no es para acabar siéndolo en un proceso en perpetua revisión, reorganización e inacabamiento. Vivimos en la realidad pero también en la posibilidad, y esta singularidad hace que llevemos congénitamente inserto el conflicto entre lo que es y lo que podría ser, entre lo accesible y lo posible. La utopía guarda un inconmensurable valor funcional pero también un valor de posicionamiento filosófico. La utopía se yergue como postura opositora del dogmatismo, del inmovilismo, del fundamentalismo, del totalitarismo, de lo acrítico y del perfeccionismo como subterfugio para la parálisis. Es pura mediación teórica para inspirar la deliberación privada, la discusión pública, la vida política. Una de las definiciones de poder informa que poder es la capacidad de determinar la conducta de otros. Es la forma más primaria y superficial de poder. El genuino poder intenta determinar la voluntad, y el poder en su extremo máximo intenta doblegar esa misma voluntad pero apuntando a la capacidad de imaginar. La nueva definición que podemos esbozar sería la que sentencia que «posee poder aquel que es capaz de que imaginemos lo que él propone y sobre todo que no seamos capaces de imaginar prácticas y valores que no provengan de su tutelaje». Imposible detentar más poder.




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viernes, marzo 20, 2015

Mediación Hipotecaria



Pintura de Amy Casey
Como profesor de la Escuela Sevillana de Mediación, la semana pasada impartí una clase de Negociación en contextos de Mediación Hipotecaria a Técnicos de la Diputación de Sevilla en la localidad de Marchena. Uno de los ejes centrales sobre el que orbitó mi exposición correlaciona con un principio maestro de la gestión de conflictos. La solución de un conflicto sólo se consigue con la colaboración de los actores implicados. Subrayo que he escrito «solucionar» y no «terminar», porque muchas divergencias se terminan sin necesidad de colaboración, sino con la utilización de ese arcaísmo que es la fuerza, la tentadora coartación o la ineficaz para el compromiso manipulación, aunque no se solucionen. Para cimentar esa colaboración es necesario tratar con consideración a la contraparte, empalabrar nuestro discurso en un diálogo educado, que ambos actores acepten la preeminencia de unos argumentos sobre otros, ser respetuoso, despolarizar el conflicto (no todo es blanco o negro), buscar fórmulas integradoras que satisfagan en la mayor cantidad posible los intereses mutuos. Un protocolo muy básico. Es evidente que las prácticas abusivas de las entidades crediticias, una normativa que casi las inmuniza y que simultáneamente desprotege al deudor hipotecario, una notable ausencia de equidad por los reguladores, un contexto de postburbuja y crisis que devalúa el inmueble que garantizó el préstamo pero cuya depreciación sólo asume el deudor, un sobreendeudamiento sobrevenido en el que no hay ni un atisbo de dolo pero que es desdeñado, hace que veamos a la contraparte no como un aliado para solucionar el conflicto, sino como un adversario, una escalada de repulsión que fácilmente puede polucionar la comunicación, provocar la transacción de sentimientos nada proclives al diálogo y encastillar peligrosamente el proceso. Todo desfavorable para un desenlace mínimamente satisfactorio.

Modificar esta percepción es una tarea compleja (más aún en las frecuentes situaciones de desempleo y desesperación), pero no queda más remedio si queremos encontrar una solución más allá del procedimiento judicial, convertir el proceso en un juego de suma no cero en vez de en uno de suma cero.Y otro aspecto nuclear. Aunque no lo parezca, el deudor no negocia con el banco, sino con un representante de la entidad con la que firmó el contrato hipotecario. Parece lo mismo, pero no lo es. La literatura de la negociación lo recalca insistentemente cuando indaga en la intervención de terceros en los procesos. Nosotros mismos muchas veces actuamos como representantes sin ni tan siquiera saberlo. Con la concurrencia de todos estos elementos se puede afirmar que en una mediación hipotecaria se da un escenario muy singular. Como la negociación es muy desigual, el mediador tiende a aparcar su neutralidad y su imparcialidad e intermedia buscando opciones para reestructurar la deuda (moratorias, quitas, dación en pago, o dación en pago con opción a un alquiler social, son las opciones más requeridas), el banco envía a un representante (director de la sucursal, director de riesgos, de morosos), y el deudor trata de bracear en una negociación a la que acude sin BATNA (acrónimo en inglés de una alternativa al mejor acuerdo negociado) y con el vértigo de la exclusión social presidiéndolo todo. Un escenario tremendo.