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lunes, mayo 05, 2014

Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación



Acabo de leer el ensayo del novelista Alessandro Baricco titulado Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación (Anagrama, 2008). Con una prosa de clara potencia literaria y una capacidad de análisis y argumentación encomiables, el autor teoriza sobre las mutaciones que impactan día a día sobre la civilización, sobre la naturaleza nómada de nuestra  condición de seres que legan el conocimiento a través de la cultura, sobre la trashumancia perpetua de los significados de la realidad. Su idea inicial es que permanentemente vivimos la invasión de los bárbaros, término que deviene en despectivo en función del punto cronológico que elijamos como referencia. Los bárbaros de hace doscientos años así catalogados por la burguesía son ahora el nutriente del que se alimenta la élite cultural (el caso de Beethoven, por ejemplo). Según el autor estamos siendo ahora testigos de una mutación de magnitudes considerables. La mutación está ahí siempre pero, quizá exacerbada por la adquisición de una tecnología inimaginable décadas atrás, su movimiento es mucho más acelerado que nunca. Esta nueva realidad es tildada como bárbara por los habitantes de la vieja frontera (la cultura ilustrada), un automatismo intelectual que siempre se dispara entre los que están a un lado y los que están a otro del paisaje fronterizo. Para explicar el cíclico fenómeno, el autor recurre a la metáfora de la Gran Muralla China. Se levantó hace medio siglo para separar a los que se autodenominaban civilización de los que señalaban como bárbaros, las huestes del temido Khan.

El nuevo bárbaro contemporáneo sufre alergia a la profundidad y se recrea en una vertiginosa superficialidad que le permite trazar rápidas trayectorias en las que encuentra un sentido. Este miedo a la profundidad se puede interpretar como «un reflejo condicionado del animal que ha aprendido a desconfiar de cuanto tiene raíces demasiados profundas», o una estratagema «a desconfiar de las propias ideas». Frente al hombre profundo surgido de la ilustración, el hombre horizontal nacido de la digitalización. Frente al mundo sólido en el que todo estaba enraizado, el mundo líquido (en terminología de Zygmunt Bauman) protagonizado por la fragilización de todo tipo de vínculos. Se ha modificado la idea de experiencia y sentido. Sus consecuencias son la velocidad en lugar de la reflexión, las secuencias en vez del análisis, el surf en vez del submarinismo cognitivo, la comunicación en vez de la expresión, la conectividad del conocimiento en vez de la especialización,  el placer de la vivencia en vez del esfuerzo. El autor es claro frente a qué actitud tomar ante la mutación, ante la esencia volátil de nuestra propia realidad. En vez de denunciarla con el velado deseo de exonerarlos del deber de estudiarla y entenderla, lo más inteligente es aceptar que somos mutantes y que la mutación es inherente a nuestra condición humana y también a nuestra condición de seres sociales. «Cada uno de nosotros está donde está todo el mundo, en el único lugar que existe, dentro de la corriente de la mutación, donde a lo que nos es conocido lo llamamos civilización y a todo lo que aún no tiene nombre barbarie. A diferencia de otros, pienso que se trata de un lugar magnífico». Y una última consideración. Poner  aquello que consideramos valioso no a salvo de la mutación, sino dentro de ella. De su irrevocabilidad.